“Todos los derechos para todos”, es su criterio para “la democracia en este siglo XXI ...Viva el pueblo soberano, y muera el despotismo”.
Leo atento el libro de Leopoldo López: Preso pero libre. Su narrativa coloquial y sencilla recrea el drama del preso de conciencia, y el sacrificio humano y familiar que le significa estar bajo un régimen despótico. No tiene más opción que soñar con el porvenir. Dibuja, así, la democracia que explica sus desvelos y su alegato movilizador, que machaca como hijo de la generación digital: “Todos los derechos para todos los venezolanos”.
Leo atento el libro de Leopoldo López: Preso pero libre. Su narrativa coloquial y sencilla recrea el drama del preso de conciencia, y el sacrificio humano y familiar que le significa estar bajo un régimen despótico. No tiene más opción que soñar con el porvenir. Dibuja, así, la democracia que explica sus desvelos y su alegato movilizador, que machaca como hijo de la generación digital: “Todos los derechos para todos los venezolanos”.
Su
precedente es el Acuerdo Nacional para la Transición, que suscriben el autor,
Antonio Ledezma y María Corina Machado, en febrero de 2015; ese que le lleva a
la cárcel junto a éste y a María Corina le gana su expulsión del parlamento, y
la inhabilitación política.
El
libro postula “un sistema de gobierno y de convivencia que vaya más allá de la
elección…”, que trascienda al establecimiento de la ley y la autonomía de los
poderes republicanos; “nociones formales imprescindibles pero vacías si no
incorporamos – lo dice Leopoldo - la aspiración social de cada venezolano de
disfrutar también de los beneficios materiales de la democracia”: “Todos los
derechos para todos”, es su criterio para “la democracia en este siglo XXI”.
El
acuerdo, a su vez y en consonancia, predica antes el “restablecimiento de la
vigencia plena de las instituciones democráticas y los derechos”, “el ejercicio
efectivo de la libertad de expresión”; “la autonomía de los poderes públicos” y
“la descentralización”, “realizar elecciones presidenciales libres y
absolutamente transparentes”, “asegurar la lealtad y el apego de la Fuerza
Armada Nacional a la Constitución”, y, a fin de cuentas, “restablecer… el
abastecimiento normal de alimentos y otros bienes de consumo esencial”.
Nicolás
Maduro y sus cortesanos entienden tales libelos como “señal” para un ataque
golpista en su contra. Y, lo cierto es que, más que sugerir un cambio de
autócrata al mando, buscan ponerle término a un sistema: por despótico y de
clara factura monárquica, antes que comunista; que eso es el régimen que éstos
y aquél forman y bien resume en su esencia el carcelero y violador de derechos
humanos de Ramo Verde.
Se
trata de un militar realista a lo Domingo de Monteverde. Éste envía hacia sus
mazmorras de Cádiz al Precursor de nuestra Independencia, Francisco de Miranda,
y declara estar, en su oficio, por encima de la Constitución liberal de 1812. Y
en la inhumana humanidad del Coronel Homero Miranda, que lanza mierda (sic) en
la celda de “sus” presos políticos, resucita: “Porque me da la gana y aquí
mando yo. Y no me vengan a hablar de sus derechos ni de la Constitución”,
vocifera ante Leopoldo y sus compañeros, prohibiéndoles hablar.
Releo,
en paralelo, a don Pedro Grases, del que Uslar Pietri afirma que nadie puede
escribir sobre el pensamiento venezolano “sin servirse de Grases; sin seguir a
Grases en toda la asombrosa variedad de sus pesquisas y hallazgos”.
En
su volumen “Preindependencia y Emancipación” encuentro el texto del que Gil
Fortoul señala ser la partida de nacimiento de nuestra república civil y democrática:
“El programa de 1797 contiene ya en germen lo que realizaron los patriotas de
1810 a 1811”, señala éste.
Destaca,
a la sazón, el discurso introductorio a los “Derechos del hombre y del
ciudadano”, dirigido a los americanos para fundamentar y animar la conspiración
de Gual y España, atribuido a Juan Bautista Picornell. Las máximas de la
república democrática que enuncia, como ahora lo hace Leopoldo en su libro,
tienen por igual basa la idea de que todos los derechos son para todos. El
programa citado, según lo prueba Grases, influye el diseño de nuestras primeras
Constituciones, las de 1811, 1819 y 1830, por contener principios invariables
para dar al traste con el oprobio del despotismo maquiavélico. Son premisas que
luego se apagan y ocultan nuestros “gendarmes innecesarios” con la violencia, y
son desvalorizadas ex novo a partir de 1999.
La
revolución es medio para la fragua del “hombre nuevo” de Picornell, que plagian
mal el Che y Chávez: a saber, el formado para la libertad. El documento de 1797,
tan golpista como el de López, Ledezma y Machado, es tal para los Maduro y los
Cabello, por predicar el gobierno popular y colegiado; representativo y
participativo; sin burocracia ni servilismo; electivo como “principio
fundamental”; alternativo como “equilibrio de la democracia”; momentáneo,
responsable, sin reelección inmediata; transparente y de deliberación pública;
negado a los estados de excepción; opuesto “a toda transacción de los derechos”
y que algunos ven como “obstáculos para el restablecimiento de la tranquilidad
general”.
Si
al voluntarismo político de la hora se sobrepone la conciencia colectiva de los
derechos: “todos los derechos para todos”, no cabe duda que el 1ro. de
septiembre presenciaremos una revolución auténtica: “Viva el pueblo soberano, y
muera el despotismo”.
correoaustral@gmail.com
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